Después de la Ascensión del Señor a los Cielos, junto al resto de apóstoles y la Virgen María, Felipe recibió el Espíritu Santo en Pentecostés. De ahí partió a la región de Frigia
(ubicada hoy entre Turquía, Hungría, Ucrania y el Este de Rusia) para anunciar la Buena Noticia a las gentes de esas tierras.
San Felipe murió apedreado y crucificado en Hierápolis (Turquía), la antigua ciudad helenística reconstruida por los romanos. Sus reliquias fueron conservadas y en el siglo VI
fueron llevadas a Roma y colocadas en la Basílica de los Doce Apóstoles. En la versión antigua del Martirologio romano su fiesta era el 1 de mayo, pero fue desplazada en el
Novus Ordo al día tercero del mes.
SANTIAGO, EL MENOR
En la Escritura Santiago recibe el sobrenombre de “el Hijo de Alfeo”; también se le llama “primo del Señor” porque su madre era pariente de la Virgen María. A él se le atribuye
la autoría de la primera epístola católica. En está se encuentra consignado uno de los principios más importantes de la vida cristiana: “La fe sin obras, está muerta” (Sant. 2, 26).
En los Hechos de los Apóstoles se le describe como un personaje muy querido de la Iglesia de Jerusalén, a quien se le llamaba con frecuencia “el obispo”. San Pablo lo menciona
en su Carta a los Gálatas, poniéndolo al lado de San Pedro y San Juan. Además, el Apóstol de Gentes cuenta que después de su conversión quiso entrevistarse con Pedro, pero
no encontró en la ciudad a ningún discípulo sino a Santiago. En su última visita a la Ciudad Santa, el mismo Pablo fue directamente a casa de Santiago, donde se reunió con
todos los jefes de la Iglesia de Jerusalén (Hech. 21,15).
A veces se designa a Santiago como “el que intercede por el pueblo”. Según la tradición este apóstol recibe este sobrenombre debido a que oraba siempre pidiendo perdón a
Dios por los pecados de su pueblo.
La misma tradición conserva el relato de un episodio en el que Santiago fue causa de escándalo entre fariseos y escribas. El sumo sacerdote, Anás II, aprovechando la concurrencia
que se presentaba en la fiesta judía, lo interpeló diciendo: “Te rogamos que ya que el pueblo siente por ti grande admiración, te presentes ante la multitud y les digas que
Jesús no es el Mesías o Redentor”. Ante este pedido, Santiago respondió: “Jesús es el enviado de Dios para salvación de los que quieran salvarse. Y lo veremos un día sobre las
nubes, sentado a la derecha de Dios".
Entonces los sumos sacerdotes -enfurecidos por su desafiante respuesta y por el temor de que más judíos se convirtieran al cristianismo- mandaron capturar a Santiago y lo llevaron
a una parte alta del templo. Desde allí lo echaron hacia el precipicio. El apóstol cayó de rodillas y murió mientras lo apedreaban. En su agonía no cesaba de repetir las palabras
de Cristo: “Padre Dios, te ruego que los perdones porque no saben lo que hacen".
Fuente:https://www.santopedia.com/
https://www.aciprensa.com/