El peor mal está en la presunción de haber cumplido los propios deberes religiosos con el ofrecimiento de sacrificios pingües y generosos, es decir, con un culto exterior que
oculta una vida desordenada moral y socialmente. La justicia divina lanza por boca del profeta el último llamamiento antes del desastre.
Amós propone elegir entre una vida con Dios y una vida sin Dios. Pero esta prueba extrema será también un llamamiento providencial a vivir la alianza hecha con su pueblo,
“elegido entre todas las familias de la tierra”, esa alianza que llegará a su perfección en el eterno reino del Mesías. Terminada su misión profética, Amós regresó a su pueblo, en
donde, según una tradición que cuenta Epifanio y que se encuentra en el Martirologio Romano fue muerto con un golpe en la cabeza por el hijo del sacerdote Amasías, para
hacer callar esa voz incómoda, particularmente severa contra la hipocresía de los sacerdotes
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