Conmemoración de san Narciso, obispo de Jerusalén, merecedor de alabanzas por su santidad,
paciencia y fe. Acerca de cuándo debía celebrarse la Pascua cristiana, manifestó estar de
acuerdo con el papa san Víctor, y que no había otro día que el domingo para celebrar el misterio
de la Resurrección de Jesucristo. Descansó en el Señor a la edad de ciento dieciséis años
(c. 222).
Narciso nació a finales del siglo I en Jerusalén y se formó en el cristianismo bebiendo en las mismas fuentes de la
nueva religión. Debieron ser sus catequistas aquellos que el mismo Salvador había formado o los que escucharon a
los Apóstoles.
Era ya presbítero modelo con Valente o con el Obispo Dulciano. Fue consagrado obispo, trigésimo de la sede de
Jerusalén, en el 180, cuando era de avanzada edad, pero con el ánimo y dinamismo de un joven. En el año 195 asiste
y preside el concilio de Cesarea para unificar con Roma el día de la celebración de la Pascua.
Tres de sus clérigos —también de la segunda o tercera generación de cristianos- no pudieron resistir el ejemplo de
su vida, ni sus reprensiones, ni su éxito. Se conjuraron para acusarle, sin que sepamos el contenido, de un crimen
atroz.
Viene el perdón del santo a sus envidiosos difamadores y toma la decisión de abandonar el gobierno de la grey,
viendo con humildad en el acontecimiento la mano de Dios. Secretamente se retira a un lugar desconocido en donde
permanece ocho años.
Uno de los maldicientes hace penitencia y confiesa en público su infamia. Regresa Narciso de su autodestierro y
permanece ya acompañando a sus fieles hasta bien pasados los cien años. En este último tramo de vida le ayuda
Alejandro, obispo de Flaviada en la Capadocia, que le sucede.