Y el influjo espiritual del monasterio salta los muros del recinto monacal; ahora son las tierras de Alemania las que se benefician de él prometiéndose una época altamente evangelizadora.
Pero han pasado cosas en el monasterio de Luxeuil mientras duraba la predicción por Alemania. Un monje llamado Agreste o Agrestino que fue secretario del rey Tierry ha provocado
la relajación y la ruina de la disciplina. Orgulloso y lleno de envidia, piensa y dice que él mismo es capaz de realizar idéntica labor apostólica que la que está realizando
su abad; por eso abandona el retiro del que estaba aburrido hacía tiempo y donde ya se encontraba tedioso; ha salido dispuesto a evangelizar paganos, pero no consigue los esperados
triunfos de conversión. Y es que no depende de las cualidades personales ni del saber humano la conversión de la gente; ha de ser la gracia del Espíritu Santo quien mueva
las inteligencias y voluntades de los hombres y esto ordinariamente ha querido ligarlo el Señor a la santidad de quien predica. En este caso, el fruto de su misionar tarda en llegar
y con despecho se precipita Agreste en el cisma.
Eustasio quiere recuperarlo, pero se topa con el espíritu terco, inquieto y sedicioso de Agreste que ha empeorado por los fracasos recientes y está dispuesto a aniquilar el monasterio.
Aquí interviene Eustasio con un feliz desenlace porque llega a convencer a los obispos reunidos haciéndoles ver que estaban equivocados por la sola y unilateral información
que les había llegado de parte de Agreste.
Restablecida la paz monacal, la unidad de dirección y la disciplina, cobra nuevamente el monasterio su perdida prestancia.
Sus grandes méritos se acrecentaron en la última enfermedad, con un mes entero de increíbles sufrimientos, que consumen su cuerpo sexagenario el 29 de marzo del año 625.
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