En las cercanías de Segovia, en Hispania, san Frutos, que llevó vida eremítica junto a una
escarpada montaña (c. 715).
Los cuerpos de San Frutos, Santa Engracia y San Valentín, venerados por los cristianos
segovianos, se conservaron
en la ermita de San Frutos, cerca de la actual Sepúlveda, desde comienzos del siglo VIII hasta
el siglo XI.
El rey Alfonso VI concedió esta ermita al monasterio de San Sebastián de Silos —hoy Santo
Domingo de Silospara
que la cuidasen y facilitasen la creciente devoción del pueblo; se hizo escritura en el 1076.
Los monjes recomponen
la ermita como de nuevo y la habilitan para que puedan vivir en ella algunos monjes. Terminadas
las obras
en el año 1100, la consagra D. Bernardo, el primer Arzobispo de Toledo. Está construida sobre
roca escarpada,
como cortada a pico, a orillas del río Duratón, afluente del Duero. En ese nuevo lugar se
depositan las reliquias de
los tres santos.
Restaurada Segovia y restituida a su dignidad episcopal, se pasan a su catedral la mitad de las
reliquias desde el monasterio
de Silos, con autorización y mandato del Arzobispo de Toledo, en el 1125.
Tan celosamente se guardan que se pierde el sitio donde fueron depositadas hasta que se
encontraron milagrosamente,
en tiempos del celoso obispo D. Juan Arias de Ávila.
En el año 1558 se depositaron finalmente en la nueva catedral. Allí, en el trascoro, reposan los
restos del Patrono de la Ciudad, teniendo por fondo el retablo que trazó Ventura
Rodríguez para el palacio de Riofrío y que Carlos III donó para la catedral segoviana.
¿Quién fue el hombre que desde catorce siglos atrás es polo de atracción de tantas generaciones
de segovianos?
Nació Frutos, en el año 642, en el seno de una familia rica que tuvo otros dos hijos con los
nombres de Valentín y Engracia. Debió
Nombre:
Frutos (Masculino)
Celebran:
Frutos
Nació:
En el actual España
Falleció:
En Segovia, en el actual España
Celebración:
25 de octubre
ser una familia de profundas convicciones cristianas
que supieron, con la misma vida, inculcarlas a sus hijos. Sin que se sepa la causa, murieron los
dos. Ahora los tres jóvenes son herederos de unos bienes y comienzan a
conocer en la práctica la dureza que supone el ser fieles a los principios. Parece ser que tanto
tedio provocaron en ellos los vicios, maldades, desenfrenos, asechanzas y envidias
de su entorno humano, que Frutos les propone un cambio radical de vida. Los tres, con la misma
libertad y libre determinación deciden vender sus bienes y los dan a los pobres.
Dejaron la ciudad del acueducto romano y quieren comenzar una vida de la soledad, oración y
penitencia por los pecados de los hombres. A la orilla del río Duratón les pareció
encontrar el lugar adecuado para sus propósitos. Hacen tres ermitas separadas para lograr la
deseada soledad y dedicar el tiempo de su vida de modo definitivo al trato con Dios.
A partir de aquí se tiene noticias de Frutos cuando el estallido de la invasión musulmana y su
rápida dominación del reino visigodo. Frutos, en su deseo de servir a Dios, intervino
de alguna manera —y con vivo deseo de martirio- en procurar la conversión de algunos mahometanos
que se aproximaron a su entorno; defendió a grupos de cristianos que
huían de los guerreros invasores; dio ánimos, secó lágrimas y alentó los espíritus de quienes se
desplazaban al norte; fue protagonista de algunos sucesos sobrenaturales y murió
en la paz del Señor, con el halo de santo, el año 715.
La misma historia refiere que sus hermanos Valentín y Engracia fueron de los mártires
decapitados por los sarracenos y sus cuerpos colocados con el del Santo.
Lo que se sabe hoy del entorno en que viven y mueren estos santos facilita cubrir las lagunas o
los interrogantes que pueden presentarse. La invasión musulmana, su rápido
avance por el reino hispano-visigodo y el martirio de cristianos tuvieron su génesis. La unidad
del reino tan lograda por la conversión del arrianismo a la fe católica de Recaredo
en el 589 presentaba ahora una falsa cohesión por su fragilidad. Los clanes de nobles, civiles y
eclesiásticos, con intereses políticos y económicos contrapuestos, tratan de controlar
cada uno alternativamente el trono de Toledo y son una fuente continua de conflictos. La nobleza
que en un principio recibió unos territorios para ejercer en ellos funciones
administrativas, fiscales y militares, al hacerse hereditarias, quedan prácticamente
privatizadas con detrimento progresivo de las funciones públicas características de un estado
centralizado y llevan a la fragmentación del poder del monarca. La clase aristócrata asienta aún
más la diferencia social con el pueblo cada vez más pobre, indefenso, desorientado,
abandonado y hastiado del lujo de sus señores. Hay que añadir desastres naturales que asolan el
país especialmente desde el reinado de Kindasvinto (642-653) como epidemias
que diezmaban a la población, plagas de langostas, sequía, pestes y despoblamiento. El vicio, la
amoralidad y desenfreno reina en la sociedad al amparo de lo que sucede
en las casas de la nobleza. A la muerte de Witiza, los partidarios de Akhila, su hijo
primogénito, no consiguen ponerlo en el trono ocupado por D. Rodrigo, duque de la Bética,
y piden ayuda a los bereberes. El desastre de Guadalete del 711 hizo que lo que fue una simple
ayuda de los moros capitaneados por Tariq se convirtiera en toda una invasión y
conquista posterior que colma los planes estratégicos del Islam por la decrepitud que se había
ido gestando en el interior del reino visigodo.