Fue fútil todos sus intentos, sus palabras chocaban contra la inamovible fe que Áurea tan
sinceramente profesaba. Fue tal su enojo que tomaron la decisión de delatarla al cadi.
El juez ordenó la llevasen al tribunal, y al verla vestida con el hábito religioso se irritó de tal
modo que la amenazó con los más terribles castigos. Invocó, el juez, la noble sangre
mahometana que circulaba en sus venas y lo que su familia sufriría por culpa de ella. Le prometió en
cambio que si aceptaba las creencias familiares borraría la mancha que afectaba
su ilustre estirpe y se salvaría de los duros tormentos que la esperaban si no aceptaba.
Áurea guardó silencio un momento dejándose llevar tal vez por el miedo, o bien de la idea de
disimular su fe lo que no es lícito ni permitido a los cristianos en caso semejante,
y el juez juzgándola vencida le concedió la libertad.
Recapacitó Áurea sobre lo que había acontecido, y avergonzada por su debilidad decidió no regresar
al monasterio prefiriendo quedarse en una casa, posiblemente de alguno de
sus parientes cristianos, donde sumergida en tiernas lágrimas confesó su pecado. Pidió a sus
hermanos intercedieran ante el Señor a fin de tener una posibilidad de demostrar al
mundo cuan profunda era su fe en Cristo.
No tuvo que esperar mucho para que su místico anhelo se hiciera realidad, fue delatada nuevamente, y
conducida por segunda vez ante el cadi, en esta ocasión ella respondió,
con un valor y una fortaleza inspiradas por el Espíritu Santo. La firmeza de Áurea encendió el
colérico corazón de su juez, ordenando que la encerraran en la más lóbrega prisión
y que al día siguiente fuera conducida al suplicio. Áurea fue decapitada y luego su cuerpo colgado
de los pies en un palo donde, pocos días antes había sido ajusticiado un reo
de homicidio, luego sus restos fueron arrojados, junto con los de varios malhechores, al
Guadalquivir.
Fuente: www.santopedia.com/
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