En efecto, nacido hacia el año 790, en el seno de una noble familia de Frisia, había sido confiado
para su educación al clero de la iglesia de Utrecht, primero, y más tarde al
mismo obispo, que se aplicó con ardor a formar el alma de aquel joven piadoso y trabajador, hasta
que, suficientemente preparado, le confirió el sacerdocio.
Ahora, consagrado ya obispo, en presencia del mismo emperador, Federico se entrega generosamente a
su misión, que cumplirá fielmente hasta las últimas consecuencias. Su
humildad había hecho cuanto estaba de su mano para no aceptar aquel cargo que sus solas fuerzas no
podían soportar, pero ahora que había recibido ya la plenitud del sacerdocio,
su fe confía en que el único Sacerdote -Jesucristo-, realizará en él la tarea que le ha querido
confiar.
Los primeros tiempos de su episcopado los dedica a la villa de Utrecht, esforzándose en devolver la
paz a su pueblo, y en hacer desaparecer los últimos restos de paganismo.
Siempre acogedor, es generoso para con los pobres, hospitalario para los viajeros, y sacrificado en
sus visitas a los enfermos. Entregado a la vida de oración y sacrificio, no
ahorra vigilias ni ayunos, en favor de sus diocesanos.
Más adelante, su celo le lanza a recorrer todo el territorio que le ha sido confiado. En todas
partes trabaja incansablemente en la reforma de las costumbres de sus diocesanos, y
de una manera especial lo hace en la isla de Walcheren, donde reinaba la más burda inmoralidad.
Se dedica también a combatir la herejía arriana, bastante extendida en Frisia, y poco a poco va
reduciendo los herejes a la verdadera fe católica. Para asegurar la duración de este
retorno a la verdad, San Federico compone una profesión de fe, que resume la enseñanza católica
sobre la Santísima Trinidad, y ordena que se recite tres veces cada día una oración
en honor de las tres divinas Personas.
Cuando ya casi había recorrido toda la diócesis, un día, mientras estaba dando gracias de la Misa,
es atacado por dos criminales que le atraviesan las entrañas, muriendo a los
pocos minutos. ¿A qué móviles respondía aquel asesinato? Algunos dan como causa cierta, el odio que
Judit, segunda esposa de Ludovico Pío, alimentaba contra San Federico,
por haberla reprendido con santa libertad, a causa de su conducta inmoral. No obstante, aun cuando
parece que esta persuasión ya existía en Utrecht, muy próximamente a la
fecha del martirio, hay quien lo pone en duda, por el testimonio del famoso escritor Rábano Mauro,
que ensalza las virtudes de la emperatriz... Quizá los hagiógrafos no lleguen
nunca a un acuerdo sobre este punto, pero a pesar de ello continuará siendo cierto que en aquel día
del año 838, un obispo moría mártir.
Fuente: www.santopedia.com/
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